
Concibo el fútbol local como una manifestación popular. No muy diferente a otras actividades deportivas, culturales o de ocio que arraigan, nacen y se desarrollan en el seno de una determinada comunidad local. Es más, las comunidades son tales cuando comparten causas y sucesos, por nimios que puedan parecer. Por eso, me ofende lo que han hecho con el Caravaca C.F.
Desconozco la naturaleza jurídica de los clubes de fútbol y los estatutos y normas de las federaciones deportivas e incluso el funcionamiento de las mismas. Pero no me dan buena espina. Creo que un club de fúbol construido durante décadas, que ha implicado a generaciones y forma parte del pasado sentimental de las mismas no debería ser una entidad mercantil que se pueda vender por unos euros.
Pero al parecer las normas federativas y quienes las aplican permiten que unos determinados agentes sin escrúpulos compren y vendan, declaren hoy una cosa y mañana su contraria para engañar a gente bienintencionada. Así, desdeñan el arraigo de los clubes de fútbol a los pueblos y ciudades y permiten que se conviertan en meras marcas comerciales que utilizan a las personas concurrentes como sus seguidores en simples señuelos. Así, las federaciones no son más que meros registros de marcas, sin pretensión alguna de promover, ni organizar el deporte de manera honrada; de paso al desnaturalizar su papel tales federaciones devienen en órganos que albergan o permiten actuaciones corruptas.
Han de saber los buenos aficionados al fútbol local de la Unión -que seguro que los hay- que aquí en Caravaca lamentamos lo sucedido, que ha herido nuestros sentimientos. Llamarle C.F. La Unión a un club usurpado es simplemente una indignidad.
Aunque no se puede culpar del suceso a las autoridades municipales, afirmo que tienen la misma facilidad para sacar pecho ante determinados éxitos en competiciones deportivas como para esconderse cuando las cosas pintan mal. El ciclo de despropósitos se ha cubierto en Caravaca. Auguro que algo parecido sucederá en la Unión, cuyo alcalde no ha dudado en certificar con su presencia la innominiosa usurpación cometida, a la que los aficionados caravaqueños asisten cabreados y resignados.
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