Fuente.- Palco Deportivo- Palco Vip - La Libreta Del Utillero
Imágenes: A. González Enrique Soler Sánchez
Se terminó el parón navideño y nos podemos quitar el mono de fútbol, aunque arrancamos la segunda vuelta con sabor agridulce, por un conflicto laboral entre jugadores (Asociación de Futbolistas Españoles, AFE) y Liga de Fútbol Profesional (LFP).
El enfrentamiento tiene algo soliviantados los ánimos. Como siempre, se nos olvida que los futbolistas son profesionales de lo suyo, no autómatas esclavos de nuestro ocio y nuestro negocio. Para serles sincero, no he seguido el conflicto de cerca. Por alguna extraña razón, sentí una repulsa casi instintiva al escuchar que había "ruido de sables" en los vestuarios y en los despachos. Huí despavorido del maremágnum mediático y opté por esperar a la solución, cualquiera que fuese. Quizás, el esperpento de nuestro espacio aéreo durante el pasado puente de diciembre ha sido demasiado para mí y la herida aún supura; basta de conflictos, por el momento. Por lo que pude "pescar" a vuela pluma, la patronal de los futbolistas se negaba a jugar el pasado 2 de enero, pues se vulneraba el convenio colectivo que habían firmado con la LFP. Audiencia Nacional mediante, parte de la jornada se jugó ese día, cerrándose el día 3. La AFE aconsejó jugar a sus futbolistas, a pesar de que se estaban "conculcando sus derechos", según afirmó su representante legal, Abdón Pedrajas, quien también aseguró que reclamarán daños y perjuicios. Aún tendremos conflicto para rato, me temo.
El caso es que este encontronazo me ha hecho pensar en cuántas historias de conculcación de derechos se suceden a diario, bajo los oropeles de los grandes equipos, la cantidad de futbolistas que cobran unos sueldos exiguos o, simplemente, ni huelen sus nóminas, aunque sus familias comen de su trabajo - como las de todos los demás currelas -. En muy pocas ocasiones se habla de ellos y, cuando sucede, es para resaltar una iniciativa desesperada o una escenificación pseudo teatral, más que una posición de fuerza, como ha ocurrido con el enconado enfrentamiento del que hablaba al principio. Como ejemplo sangrante de lo que hablo, aunque no se vea en la portada de los diarios, véase el caso del Caravaca 2010 C.F., equipo del grupo IV de Segunda División B, al borde de la extinción por la mala gestión de otros. Recomiendo un buen artículo de Juan F. Robles para el diario laverdad.es de Murcia. Un caso entre docenas. La crisis no sólo hay que buscarla en las colas de las Oficinas de Empleo. Pero no insistiré mucho en este asunto. Porque a estos jugadores, como a tantos otros, les asiste la razón sí o sí, aunque no quiero que se me acuse de demagogo y de populista, que mi libreta no está para esos trotes. Resulta que esta reflexión sobre las injusticias del fútbol me hizo pensar también en el equipo de mi ciudad, igualmente humilde; me pregunto si su fútbol, sin pretensiones ni dinero, es menos fútbol que el de la tele o, simplemente, tiene menos recursos pero más autenticidad.
Mis primeros escarceos periodísticos tuvieron como escenario los campos modestos de equipos así: Segunda B, sobre todo Tercera e infinidad de partidos de alevines e infantiles. Con una grabadora del tamaño de un ladrillo de veinticuatro, y un teléfono modelo "Heraldo" bajo el brazo garabateaba mis primeras crónicas, rodeado de aroma a sudor, linimento y tierra mojada - el césped era sólo para verlo en el partido del Plus y cosas así -. Entradas que rara vez pasaban de cien o doscientos espectadores, pero en la grada de cemento, madera o armazón de acero, un ambiente apasionado y fiel que ya quisieran muchos "Barras Bravas". En los ojos de aquellos jugadores, una mirada honesta y cabal, de "paleta" sacrificado; ninguno de ellos estaba preocupado por su marca de ropa o por la cantidad de gomina que llevaba en el pelo. Sólo contaba el contrario, el partido, los puntos. Casi siempre... la permanencia, nada de grandes glorias. Jamás una mala palabra tras el partido, nunca un desplante ante una entrevista, del niño que empezaba y que apenas sabía si preguntar o aplaudir una jugada.
Había verdad en aquellos partidos. Aún la hay, en los sótanos de este deporte. Por eso me parece injusto el tratamiento que se da al fútbol base y al fútbol modesto, la barrera invisible que pretenden colocar algunos, como si se tratase de un gueto indeseable al que evitar; como si hablásemos de otro universo, de una realidad paralela, totalmente ajena a las historias de éxito con las que babeamos los periodistas. Las gestas de Iniesta, Iker, Xavi Alonso, Piqué y los demás no se fraguan entre ovaciones y vuvuzelas que dejan sin aliento, sino entre nubes de polvo y tierra, en campos estrechos e irregulares. Los albañiles del balón no son más que ellos. Pero tampoco son menos. Merecen el mismo respeto, la misma admiración... y el dinero que les corresponde, no nos engañemos. La porquería que nos persigue, la desvergüenza que históricamente acompaña a nuestro país - perra e ingrata España, que diría Pérez-Reverte - no tiene derecho a robarle eso a los currantes del fútbol. El mocoso de la grabadora y el teléfono bajo el brazo lleva días recordándomelo.
Imágenes: A. González Enrique Soler Sánchez
Se terminó el parón navideño y nos podemos quitar el mono de fútbol, aunque arrancamos la segunda vuelta con sabor agridulce, por un conflicto laboral entre jugadores (Asociación de Futbolistas Españoles, AFE) y Liga de Fútbol Profesional (LFP).
El enfrentamiento tiene algo soliviantados los ánimos. Como siempre, se nos olvida que los futbolistas son profesionales de lo suyo, no autómatas esclavos de nuestro ocio y nuestro negocio. Para serles sincero, no he seguido el conflicto de cerca. Por alguna extraña razón, sentí una repulsa casi instintiva al escuchar que había "ruido de sables" en los vestuarios y en los despachos. Huí despavorido del maremágnum mediático y opté por esperar a la solución, cualquiera que fuese. Quizás, el esperpento de nuestro espacio aéreo durante el pasado puente de diciembre ha sido demasiado para mí y la herida aún supura; basta de conflictos, por el momento. Por lo que pude "pescar" a vuela pluma, la patronal de los futbolistas se negaba a jugar el pasado 2 de enero, pues se vulneraba el convenio colectivo que habían firmado con la LFP. Audiencia Nacional mediante, parte de la jornada se jugó ese día, cerrándose el día 3. La AFE aconsejó jugar a sus futbolistas, a pesar de que se estaban "conculcando sus derechos", según afirmó su representante legal, Abdón Pedrajas, quien también aseguró que reclamarán daños y perjuicios. Aún tendremos conflicto para rato, me temo.
El caso es que este encontronazo me ha hecho pensar en cuántas historias de conculcación de derechos se suceden a diario, bajo los oropeles de los grandes equipos, la cantidad de futbolistas que cobran unos sueldos exiguos o, simplemente, ni huelen sus nóminas, aunque sus familias comen de su trabajo - como las de todos los demás currelas -. En muy pocas ocasiones se habla de ellos y, cuando sucede, es para resaltar una iniciativa desesperada o una escenificación pseudo teatral, más que una posición de fuerza, como ha ocurrido con el enconado enfrentamiento del que hablaba al principio. Como ejemplo sangrante de lo que hablo, aunque no se vea en la portada de los diarios, véase el caso del Caravaca 2010 C.F., equipo del grupo IV de Segunda División B, al borde de la extinción por la mala gestión de otros. Recomiendo un buen artículo de Juan F. Robles para el diario laverdad.es de Murcia. Un caso entre docenas. La crisis no sólo hay que buscarla en las colas de las Oficinas de Empleo. Pero no insistiré mucho en este asunto. Porque a estos jugadores, como a tantos otros, les asiste la razón sí o sí, aunque no quiero que se me acuse de demagogo y de populista, que mi libreta no está para esos trotes. Resulta que esta reflexión sobre las injusticias del fútbol me hizo pensar también en el equipo de mi ciudad, igualmente humilde; me pregunto si su fútbol, sin pretensiones ni dinero, es menos fútbol que el de la tele o, simplemente, tiene menos recursos pero más autenticidad.
Mis primeros escarceos periodísticos tuvieron como escenario los campos modestos de equipos así: Segunda B, sobre todo Tercera e infinidad de partidos de alevines e infantiles. Con una grabadora del tamaño de un ladrillo de veinticuatro, y un teléfono modelo "Heraldo" bajo el brazo garabateaba mis primeras crónicas, rodeado de aroma a sudor, linimento y tierra mojada - el césped era sólo para verlo en el partido del Plus y cosas así -. Entradas que rara vez pasaban de cien o doscientos espectadores, pero en la grada de cemento, madera o armazón de acero, un ambiente apasionado y fiel que ya quisieran muchos "Barras Bravas". En los ojos de aquellos jugadores, una mirada honesta y cabal, de "paleta" sacrificado; ninguno de ellos estaba preocupado por su marca de ropa o por la cantidad de gomina que llevaba en el pelo. Sólo contaba el contrario, el partido, los puntos. Casi siempre... la permanencia, nada de grandes glorias. Jamás una mala palabra tras el partido, nunca un desplante ante una entrevista, del niño que empezaba y que apenas sabía si preguntar o aplaudir una jugada.
Había verdad en aquellos partidos. Aún la hay, en los sótanos de este deporte. Por eso me parece injusto el tratamiento que se da al fútbol base y al fútbol modesto, la barrera invisible que pretenden colocar algunos, como si se tratase de un gueto indeseable al que evitar; como si hablásemos de otro universo, de una realidad paralela, totalmente ajena a las historias de éxito con las que babeamos los periodistas. Las gestas de Iniesta, Iker, Xavi Alonso, Piqué y los demás no se fraguan entre ovaciones y vuvuzelas que dejan sin aliento, sino entre nubes de polvo y tierra, en campos estrechos e irregulares. Los albañiles del balón no son más que ellos. Pero tampoco son menos. Merecen el mismo respeto, la misma admiración... y el dinero que les corresponde, no nos engañemos. La porquería que nos persigue, la desvergüenza que históricamente acompaña a nuestro país - perra e ingrata España, que diría Pérez-Reverte - no tiene derecho a robarle eso a los currantes del fútbol. El mocoso de la grabadora y el teléfono bajo el brazo lleva días recordándomelo.
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