Domingo tras domingo asistimos al campo de fútbol donde juega nuestro equipo del pueblo o nos sentamos delante de la televisión impacientes por que empiece el partido del equipo del que somos seguidores, siempre esperando que éste gane. En un partido no solo hay dos equipos luchando por una victoria, además, se encuentra la figura del siempre imparcial árbitro que es el que se encarga de que las reglas del juego se cumplan y que debería pasar desapercibido, ya que él no es el que marca o para los goles. Sin embargo, nos empeñamos en darle más protagonismo del que tiene en realidad, sobre todo cuando nuestro equipo pierde.
Estamos hartos de ver cada fin de semana allá por donde vamos a gente que para lo único que acude al campo es para soltar el estrés acumulado durante toda la semana contra el árbitro. Lo que menos le importa es si su equipo gana, pierde o empata, su misión es insultar y faltar al respeto a una persona que como todos, se puede equivocar. Algo menos me molestaría que se insultara a los árbitros si las personas que lo hacen entendieran un poco de fútbol, me explico, de fútbol “entiende” todo el mundo, sin embargo, “saber” saben muy pocos. La diferencia entre entender y saber de fútbol entre los aficionados está en el conocimiento del reglamento, el que entiende tiene una idea de las reglas y el que sabe, las domina todas. La mayoría de los aficionados que acuden al campo cada domingo son entendidos y les podría poner mil ejemplos, por poner uno, quién no ha escuchado alguna vez: “Árbitro eso es fuera de juego hijo de p…” (cuando el balón lo recibe el jugador a través de un saque de banda y jamás puede haber fuera de juego), esa misma protesta , ¿no se podría hacer sin acabar con un insulto?, así demostraríamos un poco menos nuestra ignorancia.
Los árbitros son personas igual que los jugadores y entre 3 (árbitro y asistentes) deben estar pendientes de 22 jugadores y tomar decisiones en décimas de segundo. Esto junto con la presión a la que son sometidos dentro del campo por los propios jugadores y fuera de él por los aficionados, hace que el riesgo de equivocación sea muy elevado y que acciones como faltas, manos o fueras de juego que desde fuera se ven muy claras, dentro no lo sean tanto, bien porque hay algún jugador en medio que les impide la visión o bien porque no se encontraban en la mejor posición posible.
La mayoría de veces cuando nuestro equipo pierde o empata nos excusamos en que el árbitro se ha equivocado en esta jugada o en ésta otra porque nos fastidia reconocer que el equipo no ha jugado bien, que tenemos un delantero que no le mete un gol ni al arcoíris o que el entrenador no ha estado acertado en las decisiones. El más fácil reconocer un error ajeno que uno propio, sin embargo cuando se gana, son pocos los que reconocen la labor arbitral.
Desde aquí me gustaría pedir tanto a los aficionados como a los jugadores en general que sean un poco más permisivos con estas personas, las cuales se equivocan como todo el mundo y que lo único que pretenden es que las reglas se cumplan.
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