Por.- PIPA Gozalbes
En el fútbol existen tres tipos de aficionados, los que critican, los que insultan y los que agreden. Si estereotipamos y generalizamos, en el primer grupo podemos encontrarnos con todo tipo de "intelectuales", todos catedráticos del fútbol, como periodistas, empresarios, funcionarios ... gente de buen vivir, que asisten al estadio tranquilos, relajados, con un órdago en el bolsillo, para estrangular al presidente, al entrenador o al vago de cada domingo, pero aplicando un criterio, el suyo, tan válido como el de cualquier técnico bicampeón del mundo. Estos aficionados, necesitan del fútbol tanto como del agua. En su crítica liberan el estres acumulado en el trabajo durante la semana, y máxime cuando se sienten saturados por ese lenguaje laboral, empalagado de formalismo. Necesitan hablar de fútbol, o de las cosas que lo rodean. En realidad no critican al presidente, al entrenador o al vago de cada domingo, sino a su jefe, a su superior o al compañero que se pasa la mañana mirando el facebook y revisando el correo.
En un campo de fútbol se proyectan todos los sentimientos y las emociones que existen en el catálogo, todos. Hablar sobre la última sustitución realizada, con el compañero de butaca, nos eleva, aún más si cabe, a la condición de libres jueces - pensadores. "Yo habría sacado a Guti", "Yo habría metido a un delantero", "Yo habría ... cuantas cosas habríamos hecho verdad?. Este tipo de aficionado, en cierto modo, tiene como diría el amigo Rosendo Mercado "don de gente y fama de manejar". Poseen el poder de la palabra, ese tan poderoso, que al final es el que sentencia a una junta directiva o a un entrenador. Representan a la antigua nobleza de este deporte y sin ellos, el aficionado perdería posicionamiento y sobre todo criterio.
El segundo tipo de aficionado, el que insulta, abarca al ciudadano medio, el trabajador, el obrero, el que levanta el país cada mañana, unos con su gran tarea y otros con su gran bostezo. Este seguidor, es el que siente este deporte como algo propio, enjendrado por su propia piel. Tienen el Nivel I, el II y el III, aquel que reparten con la cerveza, en las barras de algún bar. Han jugado en "algún equipo" y conocen todas las reglas del juego, hasta las que no existen, da igual, ellos se las inventan "Involuntaria, involuntaria". Si el anterior perfil criticaba, este insulta, pero con letras de oro. Poseen un doctorado en insultos castellanos, y son generosos a la hora de repartirlos. Presidentes, directivos, entrenadores, jugadores, hasta aquí, tanto a propios como a extraños. Aficionados rivales, cuerpos de seguridad y por supuesto para el árbitro, que no falte. Eso sí, ellos son quienes hacen cola de dos días, se sacan el abono y compran la camiseta de su ídolo. Ellos ponen la pasión y el sentimiento, la sonrisa, la lágrima. El criterio o la razón, sin la emoción o el corazón, no moverían este deporte.
En el tercer bloque, los que agreden. Violentos descerebrados de encefalograma plano, que no conocen a la mitad de los jugadores de su equipo, y a veces ni el nombre del rival. No les importa, pues el objetivo de hacerse ultra de su equipo, tiene más que ver con su ideología política, término que no son capaces de explicar. Ellos a diferencia de los anteriores prototipos, no aportan nada, absolutamente nada. Odio, violencia, racismo ... son como el imbecil al que nadie invita a la fiesta, pero va. Sin ellos, el fútbol ganaría enteros, la vida ganaría enteros.
Inevitablemente todos conviven y forman parte de la familia del fútbol. De izquierdas, de derechas, pobres, ricos, a veces, incluso corean las mismas canciones o se expresan del mismo modo ante una misma acción. Unas veces humanos, críticos, expresivos y otras animales irracionales y violentos. Pero quizás, la característica que más identifica a todos ellos, es la fidelidad y el compromiso por unos colores. Un comportamiento inexplicablemente maravilloso.
En el fútbol existen tres tipos de aficionados, los que critican, los que insultan y los que agreden. Si estereotipamos y generalizamos, en el primer grupo podemos encontrarnos con todo tipo de "intelectuales", todos catedráticos del fútbol, como periodistas, empresarios, funcionarios ... gente de buen vivir, que asisten al estadio tranquilos, relajados, con un órdago en el bolsillo, para estrangular al presidente, al entrenador o al vago de cada domingo, pero aplicando un criterio, el suyo, tan válido como el de cualquier técnico bicampeón del mundo. Estos aficionados, necesitan del fútbol tanto como del agua. En su crítica liberan el estres acumulado en el trabajo durante la semana, y máxime cuando se sienten saturados por ese lenguaje laboral, empalagado de formalismo. Necesitan hablar de fútbol, o de las cosas que lo rodean. En realidad no critican al presidente, al entrenador o al vago de cada domingo, sino a su jefe, a su superior o al compañero que se pasa la mañana mirando el facebook y revisando el correo.
En un campo de fútbol se proyectan todos los sentimientos y las emociones que existen en el catálogo, todos. Hablar sobre la última sustitución realizada, con el compañero de butaca, nos eleva, aún más si cabe, a la condición de libres jueces - pensadores. "Yo habría sacado a Guti", "Yo habría metido a un delantero", "Yo habría ... cuantas cosas habríamos hecho verdad?. Este tipo de aficionado, en cierto modo, tiene como diría el amigo Rosendo Mercado "don de gente y fama de manejar". Poseen el poder de la palabra, ese tan poderoso, que al final es el que sentencia a una junta directiva o a un entrenador. Representan a la antigua nobleza de este deporte y sin ellos, el aficionado perdería posicionamiento y sobre todo criterio.
El segundo tipo de aficionado, el que insulta, abarca al ciudadano medio, el trabajador, el obrero, el que levanta el país cada mañana, unos con su gran tarea y otros con su gran bostezo. Este seguidor, es el que siente este deporte como algo propio, enjendrado por su propia piel. Tienen el Nivel I, el II y el III, aquel que reparten con la cerveza, en las barras de algún bar. Han jugado en "algún equipo" y conocen todas las reglas del juego, hasta las que no existen, da igual, ellos se las inventan "Involuntaria, involuntaria". Si el anterior perfil criticaba, este insulta, pero con letras de oro. Poseen un doctorado en insultos castellanos, y son generosos a la hora de repartirlos. Presidentes, directivos, entrenadores, jugadores, hasta aquí, tanto a propios como a extraños. Aficionados rivales, cuerpos de seguridad y por supuesto para el árbitro, que no falte. Eso sí, ellos son quienes hacen cola de dos días, se sacan el abono y compran la camiseta de su ídolo. Ellos ponen la pasión y el sentimiento, la sonrisa, la lágrima. El criterio o la razón, sin la emoción o el corazón, no moverían este deporte.
En el tercer bloque, los que agreden. Violentos descerebrados de encefalograma plano, que no conocen a la mitad de los jugadores de su equipo, y a veces ni el nombre del rival. No les importa, pues el objetivo de hacerse ultra de su equipo, tiene más que ver con su ideología política, término que no son capaces de explicar. Ellos a diferencia de los anteriores prototipos, no aportan nada, absolutamente nada. Odio, violencia, racismo ... son como el imbecil al que nadie invita a la fiesta, pero va. Sin ellos, el fútbol ganaría enteros, la vida ganaría enteros.
Inevitablemente todos conviven y forman parte de la familia del fútbol. De izquierdas, de derechas, pobres, ricos, a veces, incluso corean las mismas canciones o se expresan del mismo modo ante una misma acción. Unas veces humanos, críticos, expresivos y otras animales irracionales y violentos. Pero quizás, la característica que más identifica a todos ellos, es la fidelidad y el compromiso por unos colores. Un comportamiento inexplicablemente maravilloso.
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